La Giralda, la Atalaya más privilegiada

Sevilla fue desde los primeros tiempos de la conquista almohade la capital administrativa de Al-Andalus, y así permaneció, salvo un pequeño periodo entre los años 1162 y 1163 en que Abd al-Mu’min dispuso que Córdoba debía volver a convertirse en la sede del gobierno. Fue Abu Ya’qub Yusuf quien ordenó el restablecimiento la capitalidad en Sevilla. Es a partir de este momento cuando se llevarán a cabo múltiples obras de construcción y reconstrucción en la ciudad. Se levantó la gran mezquita de Sevilla con su magnífico alminar. 

La torre de la Catedral ocupa uno de los puntos más elevados de la ciudad, siendo su esbelto perfil visible desde prácticamente todos los puntos de Sevilla, a penas se traspone en su paso la cordillera de montes que rodea Sevilla, llamados cerros de Santa Brígida, y la construcción de la Torre Pelli

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Historia de la Giralda de Sevilla

El primer cuerpo de la torre de la Catedral, se comenzó a edificar en el año 1000 de la Era cristiana como minarete de la gran mezquita, y al mismo tiempo como observatorio astronómico, uno de los primeros levantados por los árabes después del erigido en Bagdad, en el mismo palacio del califa. La obra se debe al maestro alarife Gever, Zuever o Hever, inventor del álgebra. Griegos, indios y árabes despuntaban entonces por el conocimiento de esta ciencia. Los árabes atribuían aquella fuente del conocimiento al célebre matemático Mohamed Ben-Mura, que vivió hasta mediados del siglo IX. Los parecidos físicos con el alminar de Marruecos, los son también estructurales, y es que el maestro alarife levantó ambas atalayas. En cuanto a la de Sevilla, en su primitivo origen y hasta el 1396, contaba sólo del primer cuerpo y sobre este un esbelto minarete de 14 metros de elevación, terminado en un chapitel de vistosos azulejos que reflectaban luces vivísimas y cuatro grandes esferas doradas superpuestas de mayor a menor. Sus cimientos ocupan 15 metros de profundidad, y estos fueron colocados con bases pétreas que asentaron bien por el terreno arcilloso que baña la ciudad de Sevilla. Entre estas piedras utilizadas, se encontraron piezas del desaparecido circo romano, cuya entrada y fachada principal existió en este punto. Con suerte, podemos encontrar a flor de tierra, en el ángulo de la torre que da al frente del Palacio Episcopal, dos lápidas que por casualidad se libraron de permanecer ocultas. 

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Un fuerte huracán, acompañado del temblor de la tierra, desencadenó el desplome de su eje, conocido como yamur, el 24 de agosto de 1396.

Tras el incidente, la torre permaneció en sus cimientos pero en su parte superior se observaba un largo espigón dorado que se habilitó de veleta hasta el siglo XVI con un campanario de madera. En 1400 el primer campanario se sustituyó por una espadaña anclada en cuatro pilares que sujetaban una campana y se instaló el primer reloj público de Sevilla. En 1504, un nuevo terremoto con epicentro en Carmona, hizo poner el ojo nuevamente en la torre, que según la leyenda, las santas justas patronas de la ciudad, Justa y Rufina, salvaron milagrosamente. Fernando Ruiz, arquitecto cristiano, es quien se hace entonces cargo de la obra, ejecutó los cuerpos superiores de la torre sin disminuir el tono armónico del alminar. Aprovechó el cuadrado interior y macizó los grandes arcos colocados sobre la azotea de la atalaya, elevó sobre el primitivo cuatro cuerpos que hoy subsisten, terminando su intervención en el año 1568. En el siglo XVI se añadió el actual cuerpo cristiano, el campanario que remata la torre. La construcción estuvo a cargo de Hernán Ruiz II, quien presentó su modelo ante el Cabildo. A continuación de este cuerpo se encuentra el de las Azucenas por las cuatro jarras de bronce que decora sus esquinas. Encima de este, otro cuerpo más de estilo renacentista, formado por el cuerpo de carambolas, de estrellas, cúpula y cupulín, hasta el remate de la Fe. 

En el archivo catedral se encuentran perfectamente contabilizados los pagos semanales que se realizaron a los maestros que formaron parte de la decoración de la Giralda. Aunque no tenemos constancia de ello, en estos años debió estar al mando el escultor Juan Bautista Vázquez. Y es que el programa decorativo comenzó en noviembre de 1566 y concluyó el 13 de agosto de 1568. Hay 52 relieves y se remata con la escultura de la fe a forma de veleta, todo un programa ideológico realizado por el canónigo Francisco Pacheco. La renovación de la torre se había realizado dentro del contexto de la Contrarreforma, por tanto, toda la decoración responde al triunfo de la fe católica.

Bajo el cuerpo de campanas aparecen una serie de cabezas de león que hace función de gárgolas, las de despejar el agua procedente de la lluvia. La alusión al león tiene también un significado bíblico, en este caso la Carta primera de Pedro que dice así “ser sobrios y estar en guardia, vuestro enemigo el diablo, como león rugiente da vueltas y busca a quien devorar, resistirles firmes en la fe”. En el cuerpo de campanas vemos la alternancia de arcos y dinteles, pero sobre estos últimos aparecen unos óculos con cabezas de querubines, basado en el salmo 80:2 que dice “tú que te sientas sobre querubines resplandecientes”. En el cuerpo del pozo encontramos la inscripción latina desde la fachada oriental y en las cuatro caras de la torre: “Turris fortissima nomen domini, proverb 18”, que viene a decir: torre muy fuerte es en el nombre del Señor sobre el que se apoyará el justo. En este cuerpo, vemos también cabezas masculinas que personifican a los vientos. En el Apocalipsis se habla de cuatro ángeles en los cuatro ángulos de la tierra. Estos retenían con su soplo el viento. En el cuerpo de la estrella encontramos el paso de una planta cuadrada a una cilíndrica de 8 dinteles, sobre los cuales aparecen caras fantásticas entre otras de gran belleza, que parecen representar el mal bajo la escultura de bronce de la fe, conocida como el Giraldillo. La escultura de la fe, en consonancia con esta alusión al mal aparece en el Apocalipsis 12, hablando de una mujer que aparece del firmamento combatiente con un dragón. 

 
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El Giraldillo es el resultado de un equipo de trabajo que contaba con el diseño previo de Luis de Vargas, y su ejecución material de Bartolomé Morel. La escultura de la fe de bronce fue sacada del vacío de la talla que realizó Vázquez el Viejo. La veleta se inserta en una barra de hierro de 17 metros de longitud. Se trata de una mujer, una versión cristiana de las diosas grecorromanas, con rasgos muy semejantes a los de la Atenea Promacos de una estampa de Raimondi traída por Luis de Vargas. Viste una larga túnica con dos aperturas laterales que lucen parte de sus muslos. La túnica se decora con pedrerías, simulando piedras preciosas. En el pectoral, también de influencia grecorromana, porta un querubín. Y en sus manos lleva a la izquierda una parma y en su derecha un ábaro que no es más que un escudo que sirve de impacto con el viento para hacer girar la veleta. El brazo izquierdo se tuvo que rehacer, ya que se encuentra una inscripción con un texto que dice: “Sgisoestea adrsoaño 1684”, o lo que es lo mismo, “se hizo este en 1684”. Llama la atención el casco que luce y que en su origen cargaba una quimera con plumas. En 1770, Pedro Miguel Guerrero llevó a cabo la restauración de la veleta. Realizó un nuevo ábaro mucho más pequeño que el original. En esta restauración se eliminaron 1500 kg de remaches que había provocado graves problemas en la estructura. Además, los pies de la escultura de bronce estaban desfondados al estar inserto en una vara de hierro donde giraba la imagen, provocando una grave erosión con la lluvia. 

En 1884, un rayo dañó considerablemente la caña almohade. Y es a raíz de este cuando comenzaron las excavaciones y las restauraciones, que además de devolver el esplendor de la torre, sirvieron para conocer en profundidad el diseño de la torre almohade y el remate de Hernán Ruiz II. 

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Curiosidades sobre la Giralda

Son muchas las curiosidades que podemos encontrar alrededor de esta torre, aunque con el fin de no aburrir a nuestro lector, comentaremos las que nos resultan de mayor interés para crear la visión completa de un monumento único que ha sabido aunar la cultura de diferentes religiones. 

Es curiosa la historia del traslado de la escultura de la fe, la veleta, o el Giraldillo desde su fundición en el barrio del Porvenir. 18 moriscos de la ciudad, el 26 de julio de 1568, ayudaron a cargar la escultura desde la casa del artista hasta la Catedral. 

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El nombre popular de la veleta que corona la torre es el de “Giraldillo”, pero el nombre oficial de la estatua es de la “Fe triunfante”, aunque también se le conoce por los dictados vulgares como “de la victoria”, “Giraldillo” o “la Santa Juana y el Muñeco”. La palabra Giralda proviene de “girar”, y según la RAE significa, veleta de torre que tiene figura humana o de animal. Ha permanecido el del Giraldillo por girar sobre un eje impulsado por los vientos, consiguiendo que esta escultura de remate haya pasado al nombre de la torre, degenerado en Giralda.

El interior de la torre cuenta con rampas que ascienden hasta el cuerpo de ventanas de su remate, son 35 rampas que se pensaron con el fin de que el encargado de convocar a la oración a los fieles pudiera subir montano a caballo. Ya que después de subir tendría la labor de tocar las campanas. En la actualidad son 24 las campanas con las que cuenta dicho cuerpo y tiene un sistema automático que las hace sonar. 

En la cara oeste de la torre, se certifica lo que fue una realidad hasta el siglo XIX. Lo que por grabados y cuadros conocíamos, tiene su realidad que pasa desapercibida ante nuestros ojos. Los restos en color almagre que hoy se observan son los restos de unas pinturas murales y policromadas que han desaparecido por completo pero que se pueden intuir en días de lluvia. Formaban parte del programa iconográfico ideado por Francisco Pacheco, como explica la placa bajo el primer balcón de la cara norte. Estas pinturas las podemos observar en el cuadro de las Santas Justa y Rufina de Miguel de Esquivel (1621). En la actualidad todos estos frescos han sido perdidos por completo, siendo irrecuperables. Sin embargo, quedan los dos machones a cada lado del primer balcón de la torre, hoy vacíos, pero donde se representaban a San Isidoro y San Leandro, y a las Santas Justa y Rufina, respectivamente.